La unión de las almas en el respeto de las Leyes Universales compone el Cuerpo Místico de Cristo.
Aquí está, revelada en estas pocas palabras, la llave para entender la importancia fundamental del valor de la unión en las comunidades cristianas. Y más aún. La unión entre los tantos movimientos laicos y espirituales que luchan en el mundo a favor de la vida, sosteniendo causas justas y casándose con los valores evangélicos.
El templo de Dios y las luciérnagas de Cristo
He visto. He escuchado y he escrito.
Son las obras las que hablan de los hombres. Las obras de toda una vida.
La coherencia de palabras pronunciadas incansablemente retumban en el aura de aquellos que se sienten llamados por la fe en Cristo en este tiempo de pruebas y de señales: “Estad unidos... Amaos”. Palabras vivas, verdaderas en el ejemplo de las acciones de una vida transcurrida al servicio del prójimo, en defensa de los justos, sosteniendo a los últimos, en la denuncia contra ese sistema criminal que gobierna el mundo para despertar a una nueva Conciencia Universal. En el sacrificio de cada paso vivido al servicio de Cristo y de esos Seres maravillosos que, desde el cosmos, hablan al corazón del hombre. La coherencia a lo largo del tiempo convierte en verdadero su testimonio. Una coherencia impregnada de sacrificio, entrega y servicio que ha demostrado la trascendencia de las señales y la autenticidad de su mensaje.
Desde las más antiguas raíces de la historia de nuestra humanidad, desde los tiempos de grandes civilizaciones cuya historia ha llegado hasta nosotros en forma de leyendas, desde los tiempos de la gran Atlántida, Mu, Lemuria, para llegar hasta la florida civilización egipcia, griega, romana, desde la noche de los tiempos, desde las tribus indígenas hasta las más grandes instituciones que se han sucedido en nuestra sociedad, religiosas, políticas, militares, a los movimientos laicos, los hombres que tienen ideales comunes sienten el impulso de unirse entre ellos para cumplir objetivos que por si solos no podrían alcanzar nunca. En el bien y en el mal.
Las manos que llevan impresas los signos de Jesús cubiertas con guantes blancos acarician los antiguos cálices que están posados sobre la larga mesa. Las notas de una dulce y melancólica armonía acompañan las palabras de un siervo de Dios enamorado de Su Señor. La mesa está preparada. Muchos hermanos se ciñen como una corona alrededor de él. El signo viviente está todavía ahí, herido por las cinco llagas de la pasión de Cristo. Superando dolor, cansacio, sufrimiento, desilusión y escarnio, a veces. Ha proseguido incesante su camino por el mundo, buscando a sus hermanos para reconducirlos a Aquel que es el Señor del Cielo y de la tierra, a Aquel que ha vuelto y que ya está entre nosotros, pero que pronto se manifestará en Su potencia y en Su Gloria. Hoy él ya ha vencido. Ha vencido en su constancia, en su humildad, determinación, sacrificio, dedición, en su coherencia demostrada a lo largo de los años. Sabiduría y consciencia traslucen de su rostro marcado por el tiempo.